Dicen que el agua es el principal componente del cuerpo
humano, pero Ella llevaba varias horas compuesta principalmente por dudas,
nervios e inseguridades. Tenía una cita.
No sabía en qué momento le había abierto la puerta al caos,
pero estaba claro que había venido a hacerle una visita. Vestidos tirados sobre
la cama creando un arco iris accidental, cajas de zapatos desperdigadas por el
suelo que necesitarían ayuda psicológica para aceptar que habían perdido sus tapas
para siempre, decenas de productos cosméticos componiendo extrañas estructuras
arquitectónicas sobre el escritorio…
Y todo por culpa de Él.
Si ya le costaba decidirse por un conjunto que le gustara a
sí misma cada día, hacerlo con el objetivo de que le gustara a otra persona…
Joder.
Aquella camisa le hacía demasiado gorda. A cambio, Ella no
le iba a hacer caso. ¿Qué otra cosa podría ponerse? Ah, sí. El vestido rojo.
Llevaba horas atrapada en un ciclo sin fin consistente en coger una prenda del
armario, probársela y lanzarla sobre la cama. Solo necesitó ponerse aquel
vestido y mirarse en el espejo para darle cierre. No podría explicar la razón,
pero estaba segura de que a Él le iba a encantar.
Él. Un amigo de un amigo de una amiga. Un conocido. Palabra
que suele significar justamente lo contrario. Aunque no fuera una cita a ciegas
del todo, sí podría considerarse una cita a tientas. Habían coincidido en
cuatro ocasiones. Y cada vez se preocupaban por coincidir más tiempo y más
solos. Habían compartido cuatro conversaciones iniciadas por cuatro excusas. En
la última, Él le pidió una cita. No tenía nada que perder. Ella accedió. Puede que tuviera mucho que ganar.
No iba sobrado de atractivo, pero tenía algo. No era
demasiado simpático, pero no podía ser más divertido. No era un intelectual,
pero podía estar horas dándote buena conversación. No destacaba especialmente,
pero era tremendamente especial. Era la conjunción adversativa que Ella
buscaba.
Ding, dong.
Y ya había venido a buscarla.
Abrió la puerta y allí estaba Él, con una sonrisa como
inmejorable saludo. Arreglado, pero informal. A su espalda, un deportivo negro
que ojalá les llevara a lugares más coloridos.
Fue una cita de cuento. Fueron al cine, donde vieron una
película, pero sintieron otras cosas. Después, pasearon por un parque al que no
prestaron mucha atención. Por último, cenaron a la luz de las velas en un
restaurante. Francés, por supuesto. Fue una cita que cualquier escritor despacharía
con un solo párrafo en una historia de amor, ansioso por llegar a la siguiente
línea, donde las cosas se ponen interesantes.
Las zonas horarias de sus cuerpos debieron de ser víctimas
de algún tipo de cambio, porque cuando la dejó en su casa parecía que
aquella noche hubiera durado menos de lo habitual. Escenificaron un simulacro
de despedida ante la puerta, pero solo hizo falta que Ella le invitara a pasar
y tomar algo para suspenderlo. Falsa alarma.
Ahora, Él estaba sentado en el sofá, esperando que Ella
volviera de la cocina con un par de copas. Bueno, y esperando muchas otras
cosas más, pero respetemos su intimidad.
—Espero que te guste —le dijo Ella cuando por fin apareció,
dejando las copas sobre la mesa y sentándose a una distancia nada prudencial de
Él.
—Teniendo en cuenta quién me lo ha traído, hay muchas
posibilidades.
En ese momento, las copas resultaron totalmente
innecesarias. Calmaron su sed con un beso que podría haber durado una
eternidad.
Si no fuera porque él lo rompió de forma brusca.
—No puedo seguir con esto.
—Pues a mí me ha parecido que estás bastante capacitado para
ello.
—No, no, es que… tengo que confesarte algo.
—Puedes contarme lo que quieras. No me voy a asustar. Ya he
visto de todo.
Él levantó la cabeza y volvió a mirarle a los ojos.
—Verás… Soy tu escritor.
Ella soltó una risotada que, con toda probabilidad, no pasó
del todo desapercibida para los vecinos.
—Venga ya, solo hemos bebido un poco de vino en la cena y ya
empiezas a decir tonterías… Te voy a tener que prohibir que bebas más.
—Sabía que te lo ibas a tomar así. Me temo que lo digo
totalmente en serio. Eres un personaje de ficción y yo soy tu creador. Siento
ser tan directo, pero esto es un relato corto.
¿Era aquello algún tipo de broma? Una de las cosas que más
le gustaba de Él era su sentido del humor, pero no le encontraba la gracia por
ninguna parte. Ni el sentido.
Si tenía que guiarse por su rostro, Él creía sin reservas en
lo que decía. O era muy buen actor o estaba muy loco. En el primer caso,
tendrían una anécdota divertidísima que contar. En el segundo, tardaba en
llamar a la policía.
—Vale que cuando llamo a mis padres me invento un poco mi
vida, pero de ahí a ser un personaje de ficción…
—Si ni siquiera tienes nombre.
—¿Cómo no voy a tener nombre? Me llamo… Me llamo… Mierda.
¿Cómo me llamo? Parece que a mí también se me ha subido el vino.
—No tienes nombre porque eres una idealización. Te he creado
pensando en todo lo que me gusta de las mujeres y después nos he escrito la
mejor cita que podía imaginar.
—Vale. Creo que ha llegado el momento de pedirte que te
vayas de mi casa, por favor. En serio, ¡fuera de mi casa!
Puede que hubiera elevado un poco el tono voz en esas
últimas cuatro palabras. Nada extraño dadas las circunstancias. De hecho, puede
que también se hubiera levantado y hubiera abierto la puerta de par en par. El
autocontrol estaba muy bien, pero no era para Ella.
—¿Necesitas otra prueba? —preguntó Él, que seguía impasible
en el sofá—. Intenta recordar algo anterior a esta noche.
—Recuerdo las otras cuatro veces que nos hemos visto,
listillo.
—Intenta recordar algo que no tenga que ver conmigo.
Ella no solía quedarse sin palabras. Siempre tenía algo que
decir. Siempre. En aquel instante,
enmudeció. Cerró la puerta y se sentó en el
suelo, ocultando el rostro entre las piernas.
Los siguientes cinco minutos fueron unos claros finalistas a
silencio más incómodo de la historia de la humanidad. Lo peor de que te digan
la verdad es darte cuenta de lo feliz que eras viviendo una mentira. Solo una
pregunta podía acabar con el silencio.
—¿Por qué tenías que decírmelo?
—Me estaba aprovechando de la situación.
—Sí, bueno, hace un momento a tu lengua no le importaba
mucho aprovecharse de la situación…
—Hubiera estado mal. Si sientes algo por mí, no quiero que
sea porque lo he escrito. No es culpa tuya ser producto de mi imaginación.
Los ojos de Él eran un río a punto de desbordarse.
—Una pregunta… ¿Estoy basada en hechos reales?
—Es complicado. Eres complicada.
—No soy una idealización, ¿verdad? Soy alguien con nombres y
apellidos. Hay alguien ahí fuera que reúne todo lo que te gusta de las mujeres.
Y te has enamorado de ella.
Él asintió con la cabeza.
—¿Y qué haces escribiendo esto en vez de diciéndole lo que
sientes? —preguntó Ella, levantándose de un salto.
—Supongo que aquí no corro el riesgo de escuchar un no. Aquí
puedo escribirlo todo a mi gusto.
—Lo malo de escribir para uno mismo es que, de vez en
cuando, todos necesitamos que nos lean.
Ella había vuelto a sentarse a su lado, pero Él no pareció
darse cuenta. Se bebió de un trago todo el contenido de su copa. Y su orgullo.
—Soy un cobarde, qué le voy a hacer.
—Pues quizá sea el momento de ser valiente. Acaba con esta
historia, pero consigue que haya servido para algo, que toda esta tinta no haya
sido malgastada. Búscala y dile lo que sientes. Convierte el punto y final de
este relato en un punto y aparte.
—Joder, estás tan bien escrita que a ver quién te lleva la
contraria.
—Hay que ver lo ególatras sois los escritores a veces...
Los dos estallaron en carcajadas como volcanes en erupción.
Estuvieron varios minutos riéndose. Él fue el primero en parar.
—Solo hay un problema. ¿Qué pasará contigo cuando acabe este
relato?
—Pues, con suerte, que nunca tendrás que volver a
imaginarme.
—En ese caso, creo que ha llegado el momento de irme.
—Estoy de acuerdo. Muchas gracias por esta noche.
Se dieron un abrazo. Esta vez sí que duró una eternidad.
—Solo una cosa antes de que te vayas. ¿Tengo nombre?
—Te llamas Elia. Trabajas en una cafetería que está a cinco
minutos de mi casa. Cada día paso por allí de camino al trabajo. Cada día hago
cola para que me preguntes qué quiero tomar. Cada día te pido un café con leche
y un sobre de azúcar. Hasta hoy. Hoy te voy a pedir una cita.
—Muchas gracias.
—¿Por qué?
—Me has dado mucho más de lo que te he pedido, me has dado
el final más feliz posible para esta historia.
Punto y aparte.
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