Pasar página es el consejo más
desaconsejable que se le puede dar a una persona. Al menos, expresado de esa
manera.
Hay páginas que te gustaría seguir
explorando toda la vida, descubriendo sus bellos pasajes. Hay páginas que te
enamoraron con una sola hojeada y otras que leíste lo más rápido posible. Hay páginas
que desearías enmarcar y exponer orgulloso para que todo el mundo las viera y,
sobre todo, para no perderlas de vista nunca. Hay páginas donde el escritor
estaba poco inspirado y tú bastante desesperado. Hay páginas compuestas por miles
de palabras extrañas que acabaron convirtiéndose en tu vocabulario. Hay páginas
en blanco que se te hicieron largas. Hay páginas que podrías recitar de memoria
pero que nunca sonarán como la primera vez. Hay páginas amarillentas escritas
en pretérito imperfecto donde creías que había futuro. Hay todo tipo de páginas, pero todas
tienen una cosa en común: el lector no es el que decide cuándo acaban.
¿Acaso pasar una página cambia el libro?
Como humilde lector miope, ya te digo yo
que no.
Tus principios los marca únicamente tu
moralidad, tus nudos sólo deberían estar en el estómago y tus fines justifican
tus medios.
De ahí que mi consejo sea un poco
diferente: No pases página, repásala.
Apréndete de memoria todo aquello que
quieras olvidar. Lee entre líneas, a veces se necesita espacio. Pon el acento
en todas las palabras que no sonaban bien. Tacha las cosas que se hayan quedado
desfasadas, haz borrón y cuenta nuevas. Añade notas al pie que ojalá hubieran
estado más a mano en una primera lectura. Pon buena cara al mal tiempo verbal. Subraya
lo más importante, no sea que vaya para examen.
Y cuando te hayas cansado del libro,
ponte a escribir otro.
Que no se te olvide el punto y final.
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