Transcurre en
un mundo gris y aburrido donde todo iba según lo previsto. Bastante parecido al
nuestro. Un mundo habitado por personas con existencias aburridas y ordinarias.
Totalmente parecido al nuestro. No era el típico mundo que un escritor elegiría
como localización de su relato si tenía la más mínima expectativa de atraer a
algún lector. Pero un día no salió el sol. Fue entonces cuando la cosa se puso
interesante.
Aquel
desamanecer afectó a toda la población mundial. Aun así, intentaremos quitarnos
de encima las consecuencias en un solo párrafo, que esto es un relato breve.
Miles de personas estuvieron cuarenta y ocho horas atrasando cinco minutos la
alarma de su despertador. Como consecuencia, subió el paro. Varias parejas que
se habían propuesto estar haciendo el amor hasta que saliera el sol se vieron
superadas por la literalidad. Acabaron bien jodidos. Un licántropo se emocionó
pensando que aquella noche no saldría la luna.
Pero claro que
salió. Más llena que nunca. Aunque esta vez fuera de ansias de protagonismo.
Por todos es sabido que a la luna le gusta eclipsar. Por eso, querido lector,
es mi deber recordarte que el sol es la verdadera estrella de nuestra historia.
Y a él no se le volvió a ver. Se había ido sin dejar astro.
El Presidente
de la Nación Que Se Creía Superior A Las Demás reunió a los mejores astrónomos,
físicos y químicos del planeta (tuvo mucho mérito, sobre todo si tenemos en
cuenta que lo hizo a oscuras) y los envió en un cohete al espacio para que
resolvieran la situación. Resultó ser un gasto bastante innecesario, porque lo
que de verdad necesitaba el sol era un psicólogo. Suerte que uno de los
científicos era argentino.
Ya que no está
entre las intenciones de este autor el influenciar a sus lectores, ni mucho
menos dárselo todo mascadito, hemos contactado con Darío Uriburu, licenciado en
psicología por la Universidad de Buenos Aires, para que nos explique a qué
conclusiones llegó tras las largas conversaciones que mantuvo con el sol.
Adelante, doctor.
-No cabe duda
de que el sol era un sujeto brillante. Su mayor defecto era que vivía obsesionado con que el mundo
giraba alrededor suyo. No tardé mucho en detectar que sufría un grave caso de
falta de atención. Nadie se la prestaba. De los millones de habitantes del
planeta, ninguno era capaz de mirarle a la cara. Dábamos por hecho que estaba,
pero nunca nos preocupábamos por cómo estaba. Su única preocupación era que
alguien se preocupara por él… Al final, le subieron el sueldo y todo se arregló.
En fin, a
veces sólo hace falta un empujón para que el sol vuelva a salir.
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