sábado, 5 de julio de 2014

Obsolescencia programada

La vida es como un supermercado, todo tiene fecha de caducidad.

Puede que hacerse a la idea sea duro, pero mejor aceptarlo antes de que nos toque pasar por caja.

Repasemos la lista de la compra.

No hay nada más circunstancial que tus circunstancias. Así que dejemos el yo para después y comencemos por ellas. Por todo lo que te rodea. Por todos los que te rodean. Atento a la de sustantivos y adjetivos que caducan a tu alrededor cada año. Un íntimo amigo pasado de fecha no tarda en convertirse en un enemigo íntimo. Una amiga muy hecha puede transformarse en una “algo más”, pero ojo con que se queme. Aunque el reparto principal de tu vida se mantenga igual, las relaciones personales sí cambian. Seamos sinceros, todos hemos probado una relación caducada alguna vez y nos ha dejado mal sabor de boca. Todo tiene fecha de caducidad.

Corre al espejo más cercano. Todo lo que llevas puesto va a caducar en algún momento: tu peinado, tu ropa, tus años… Tu edad actual es una especie en peligro de extinción. Cada día que pasa está más cerca de desaparecer. Y no veo a nadie montando una ONG. A no ser que los regalos de cumpleaños sean donaciones. Todo tiene fecha de caducidad.

Hasta los recuerdos prescriben. Nueve de cada diez médicos aseguran que ciertos recuerdos pueden tener un efecto nocivo para la salud (y ni siquiera hemos tenido que pagarles, como esos de las pastas de dientes). El olvido es un buen placebo. Y nos encanta auto medicarnos. Todo tiene fecha de caducidad.

No me mires así. No me acuses de deprimente, porque me declararé realista. Además, nunca he visto a ningún árbol llorando porque se le hayan caído todas las hojas (bueno, quizá a algún sauce). Al fin y al cabo, tarde o temprano salen nuevas. 

Aunque detesto sonar a madre, si he hecho todo esto ha sido por tu bien. Para que te des cuenta de que hay que obedecer a las autoridades sanitarias y consumir preferentemente. 

Pero eso ya queda en tus manos.

Porque, como todo en esta vida, esta entrada también tiene fecha de caducidad.

Y, como a todo en esta vida, se la pones tú.

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