lunes, 26 de diciembre de 2022

Apología del error. El arte de tropezar con piedras

"Lección magistral" para el acto de graduación de 2º de bachillerato de la promoción 2022 del IES Tháder (Orihuela), celebrado en el Teatro Circo.

¿Qué pasa? Muchísimas gracias por esta cálida bienvenida. Soy hijo único, así que estoy acostumbrado a que me aplaudan por no hacer nada. Y llevo viviendo 28 años en Orihuela, así que también estoy acostumbrado a que se rían de mí. Seguro que nos vamos a llevar muy bien. Gracias también por la cariñosa presentación. Me tenéis que decir quién la ha escrito. ¿Podríais pasarme una copia para mi madre? A ver si empieza a dejarme ver la tele después de las diez. Sí, todavía vivo con mis padres. Ya sé que es un poco raro por la edad, pero por más que les digo que ya son lo bastante mayorcitos como para emanciparse, los tíos no se van.

Por supuesto, no podía empezar esta “lección magistral” sin dedicarles un cariñoso saludo a los verdaderos protagonistas de esta velada, los alumnos que hoy se gradúan. Es un honor tremendo formar parte de una noche tan especial para vosotros. Iba a presentarme diciendo que soy vuestro futuro, pero no quería que sonase como una amenaza. Sé que a muchos de vosotros os pasa como a mi monitor del gimnasio, no me habéis visto en la vida. Pero os prometo que voy a intentar por todos los medios que este discurso valga la pena. O, al menos, que os resulte soportable. Mi principal objetivo es que sea corto, pero agradable de ver. Como mi monitor del gimnasio.

Puede que todavía no seáis conscientes, pero este va a ser un día que recordaréis toda la vida. Os lo prometo. Quería recalcarlo porque estoy seguro de que a algunos de vosotros se os ocurren decenas de actividades más apetecibles que realizar un viernes por la noche. Ahora mismo algunos de vuestros amigos de otros institutos estarán tomándose algo en el pasaje, poniéndose La Voz Kids en casa o viendo en el cine Jurassic World 3, la nueva de Parque Jurásico. Pero que no os den envidia. Al fin y al cabo, vosotros también habéis venido a ver a un dinosaurio.

Hablando de dinosaurios, no podía olvidarme tampoco de los profesores. No, a ver, no lo digo por la edad, lo digo porque vosotros también sois muy grandes… y les dais miedo a los niños. Quizá es un buen momento para recordaros que el IES Tháder no se responsabiliza de nada de lo que diga. Ni yo tampoco, qué narices, que vengo de la calle de moda. Todavía es pronto para que los que dejáis el Tháder os deis cuenta, pero esta fecha va a suponer un antes y un después en el modo en el que veis a vuestros profesores. Y no solo lo digo porque en la cena de después hay barra libre. A partir de ahora, ya no os dará una embolia cuando los veáis por la calle como personas normales haciendo cosas de personas normales. Hasta puede que os veáis capaces de mantener una conversación de más de un minuto con ellos que no gire en torno a qué materia entra para el examen. Si os lo montáis bien, puede que no haga falta ni que levantéis la mano para poder hablar. Es más, si le echáis tiempo y ganas, quizás os consideren aptos para llamarlos amigos. En Facebook y fuera de Facebook. Es una sensación maravillosa. Os la recomiendo mucho. Por cierto, por si alguno es demasiado joven para saber lo que es Facebook, os lo voy a explicar de una manera muy sencilla: es el Tinder de las personas mayores.

Como mi participación en este acto solo puede calificarse como un error monumental por parte del equipo directivo del instituto, se me ocurrió que podía convertir esta disertación en una defensa de los errores. Porque, aunque no lo parezca, los errores pueden llegar a tener consecuencias positivas. Como, por ejemplo, que esta noche me invitan a cenar. Espero. Así pues, para conseguir mi objetivo y redactar un texto bien documentado sobre el tema, intenté aplicar todo lo que había aprendido en mis años en el Tháder. Es decir, me metí en El rincón del vago y puse “error” en el buscador. Pero no salía nada, así que recurrí a Google y esta fue una de las definiciones que me ofreció. “Error: Acción que no sigue lo que es correcto, acertado o verdadero”. Como veis, los errores tienen muy mala fama, pero mi objetivo es demostraros que, a veces, ser incorrecto o desacertado puede ser una buena opción. Para ello, voy a repasar algunos de los errores más garrafales que he cometido en mi vida e intentar explicaros cómo me han ayudado a convertirme en la persona que tenéis delante esta noche. Si mi plan sale mal, siempre podré citar al poeta y cerrar mi intervención declamando “Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir”. Ya que nos ponemos monárquicos, vosotros tampoco os cortéis si en algún momento os apetece alzar la voz para decirme “¿Por qué no te callas?”.

Vamos al turrón. Es probable que uno de los mayores errores de mi vida fuera cursar bachillerato en el Tháder. Seguro que nadie se esperaba que dijera esto cuando me pidieron que viniera. Me explico. Yo vivo cerca del recinto ferial de Los Huertos, pero cogí y elegí el instituto que me pillaba justo en la otra punta. Claro, en Orihuela, una ciudad en la que la gente coge el coche hasta para bajar al portal, esta decisión fue recibida casi como si hubiera matado a Miguel Hernández. “Pero ¿cómo se te ocurre? ¿Es que estás loco? Vas a tener que… andar”. Esto me lleva a la primera enseñanza que os quiero transmitir sobre equivocarse. Lo más importante a la hora de cometer un error es que lo sientas. Y no me refiero a que te disculpes por ello, me refiero a que te lo pida el cuerpo. A mí, después de trece años de colegio concertado, el cuerpo me pedía desconcierto. Quería ver el mundo con otros ojos que me ayudaran a graduarme la vista. Y menos mal que no le hice oídos sordos a mi cuerpo. Estudiar en el Tháder es una experiencia que te marca para siempre, que es inolvidable. Yo estuve del año dos mil… al… Bueno, es inolvidable, ¿vale?

Tengo que decir que el Tháder ha cambiado mucho desde que yo era alumno. Antes era muy diferente. No había tantas sillas, las cortinas no eran tan largas, no había dinero para poner lámparas tan grandes… Para que me entendáis, el único teatro que conocíamos mis compañeros y yo era el de hacer como que corríamos en las clases de gimnasia. Por desgracia, me temo que a esta generación os resultará más familiar el concepto de “teatro” y sobre todo el de “circo” por culpa de la obras de ampliación del centro. Por suerte, parece que ese error se ha subsanado y en la graduación del año que viene será solo una nota a pie de página. En fin, imaginaos si las cosas eran distintas en mi época que, cuando me gradué, en el Tháder todavía no se cursaba ni primero ni segundo de la ESO. Estos dos cursos se acabaron implantando tras mi marcha. Si mi experiencia se asemejó en duración a un libro de Harry Potter, la de algunos de vosotros se habrá acercado más a la de un libro de El señor de los anillos. Y no lo digo solo porque ahora esté todo lleno de enanos.

Nunca me hubiera imaginado que saldría del Tháder convertido en una versión mejorada de mí mismo, con más pensamiento crítico, más inquietudes culturales y más amigos que nunca. Hasta con algún hermano para toda la vida, incluso. Todas las personas con las que me crucé durante mis años en el centro dejaron una huella enorme en mí y me gusta pensar que yo también dejé huella entre esas cuatro paredes. O sea, calzo un 45 de pie. Yo creo que por mucho que me esforzara por pisar flojo… A este nuevo Yeray no solo lo modelaron mis errores, sino también los de gran parte del equipo docente del centro. Como Eva, pidiéndome que presentara el cierre de las jornadas culturales sin pedirme los chistes. Como Luis, tratando como un adulto a un estudiante que todavía era claramente un crío. Como Ana, apoyándome en proyectos de crecimiento personal dentro y fuera del instituto, aunque a veces estuviera crecido de más. Y agregándome al Facebook después de mi graduación, cosa que le agradeceré toda la vida. Como muchos otros profesores que ya no están, como María Luisa, José Luis o Antonio, y muchos otros que han llegado al Tháder después de mi marcha pero siempre me han hecho sentir como en casa. Gracias a los presentes, pasados y futuros por hacerme mejor persona. Me alegra ver que hay un error que todo el profesorado no ha dejado de cometer en todos estos años, reírme las gracias. Lo dicho, promoción del 2022, vosotros ya les iréis cogiendo más cariño con el tiempo, cuando las notas no estén tan recientes.

Pero volvamos a hablar de mí, que soy hijo único y si estoy medio minuto sin ser el centro de atención podemos tener un disgusto. El siguiente gran error que cometí en mi vida fue elegir carrera sin pensármelo mucho. Siempre me había gustado el inglés y sacaba buenas notas, así que me metí a Traducción e interpretación porque decían que era una carrera con muchas salidas. Pues bueno, mi gozo en un pozo, porque al final resulta que el único salido que había por allí era yo. Estaba recién salido del instituto, malpensados. El caso es que los primeros años no fueron la bomba. No sabía si aquello era lo mío, la verdad. En tercero, casi por casualidad, descubrí la traducción audiovisual, y vi que aquello sí que me hacía tilín. Con lo que me gustaban las series y el cine, que me pagaran por verlas antes que nadie y pasarlas a otro idioma parecía todo un chollo. Acabé cogiéndole el gusto y, a día de hoy, no me imagino haciendo otra cosa. Puede que a vosotros también os pase, que tardéis en ubicaros o necesitéis cambiar de grado una o más veces. Habrá gente que os hará sentir como si estuvierais ofendiendo hasta al más analfabeto de vuestros ancestros, pero ni os inmutéis. La vida no es como la selectividad (o la PAU, o la EBAU, o como se llame ahora), la nota media la ponéis vosotros y tenéis todos los intentos que queráis para alcanzar el resultado que os haga sentiros felices de verdad.

Mi paso por la universidad estuvo lleno de errores graves, como no podía ser de otra manera. Puede que uno de los que estoy más orgulloso sea irme de erasmus única y exclusivamente porque era lo que tocaba hacer en ese momento, ignorando que sería una vivencia que me cambiaría la vida. No hay nada igual. Viajar a una tierra lejana, enfrentarse a sus extrañas costumbres, comunicarte con unos habitantes que no hablan tu idioma… Yo me fui a Murcia. Fue complicado, al principio teníamos que comunicarnos por gestos. Intentaron quemarme en la plaza del pueblo, pero no sabían hacer fuego, así que no paraban de echarme limón… No os riais tanto, que somos de Orihuela. La única ciudad que cuando hay Mercado Medieval parece más moderna durante unos días. Es broma, la verdad es que me fui de erasmus a Liverpool. Aunque tengo que confesar que no fui un estudiante erasmus modélico. No me drogué, no me acosté con ninguna inglesa, no falté a clase, no suspendí… Estuvieron a punto de quitarme la beca. Me llamaron del Ministerio y todo: “¿Te estás gastando el dinero del Estado en aprender y crecer como persona? ¿Estás seguro de que eres español?  A ver, tu nombre muy de aquí no suena…”. A pesar de ello, durante mi estancia en Liverpool tuve la oportunidad de cometer otras faltas menores, aunque no tanto como para atreverme a contarlas en público sabiendo que pueden llegar a oídos de mi madre. El erasmus es un tutorial de la vida adulta sin las partes aburridas. No puedo hacer más que aconsejaros que lo probéis. O que os busquéis cualquier otra excusa parecida para salir de casa con billete de ida y vuelta antes de que las grandes responsabilidades ejerzan un gran poder sobre vuestra vida. Atreveos a salir de vuestra zona de confort y descubriréis paisajes que antes ni sabíais que estaban en los mapas. No solo se aprende en las aulas. Y eso vosotros lo sabéis bien, que os habéis hartado a dar clase en barracones.

Como ya os imaginaréis, cuando acabé la carrera seguí equivocándome siempre que pude. Decidí continuar con mi formación porque hoy en día hay que hacer másters para todo, hasta para jugar al tenis, pero, al salir al mundo laboral, acabé entendiendo que saber y ganar solo van de la mano si los presenta Jordi Hurtado. Luego, me tocó sacarme otra titulación que se les ha olvidado mencionar en la presentación, un máster en paciencia. Se me puso entre ceja y ceja dedicarme a lo que me gustaba aunque me costara un disgusto. Y a cabezón no me gana nadie. A la vista está. Qué le vamos a hacer, si fuera gamba sería todo desperdicio. No os voy a engañar, una vez dejas la universidad, el camino es largo, no sale en Google Maps y en cada rotonda os espera un trabajo mal visto y peor pagado. Pero, oye, si yo he acabado encontrando mi destino, seguro que vosotros también.

Lo único que tengo claro es que el final de este cuento, o de esta “lección magistral”, llamadlo como queráis, hubiera sido muy distinto sin cada una de las equivocaciones que os he relatado. Sin ellas, sería un Yeray diferente. Uno que ahora mismo podría estar tomándose algo en el pasaje, poniéndose La Voz Kids en casa o viendo en el cine Jurassic World 3, pero que seguramente no estaría aquí arriba hablando con vosotros. Por eso me emociona miraros a la cara a los recién graduados y pensar en todos los errores que tenéis por delante. ¿Y qué me hubiera gustado escuchar a mí cuando estaba en vuestro lugar? Que no pasa nada. No pasa nada por equivocarse, no pasa nada por no pensar las cosas dos veces, no pasa nada por caerse con todo el equipo de vez en cuando. La vida son golpes de suerte que hacen que las cicatrices valgan la pena. Es más, os animo a equivocaros. Errad. Fallad. Patinad. Meted la pata. Tropezad todas las veces que queráis con la misma piedra. ¿Quién sabe? Igual es un buen pisapapeles. Por favor, cometed todos los errores que podáis porque solo entonces sabréis si habéis acertado.

Y como hay que predicar con el ejemplo y en honor a ese gran cómico ya retirado de los escenarios llamado Mariano Rajoy, muchas noches y buenas gracias.

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