“Yo olvido”. Dos palabras que se me atragantan. El
miedo a que decirlas en voz alta las convierta en realidad me supera. Me niego
a la posibilidad de poder extraviar cualquiera de mis experiencias. Necesito mi
equipaje al completo para este viaje. Aunque ni siquiera sepa para qué me van a
servir algunas cosas. El mero riesgo de dejar atrás cualquiera de mis recuerdos
me paraliza, provoca que una garganta que expulsa miles de palabras peligrosas
cada día le impida el paso a dos aparentemente inofensivas. Si hay algo más
demoledor que el presente, eso es hablar en primera persona.
“Tú olvidas”. Estas dos ni siquiera se esfuerzan en intentar escalar
mi garganta. Saben que aceptar aunque fuera por un solo segundo la idea de que
me has desterrado al lado oscuro de tu memoria me heriría de muerte.
Y, de repente, todas las demás personas me dan
igual. Me da igual él, me dais igual vosotros, me dan igual ellos. Sólo puedo
pensar en la primera persona del plural. Nuestros recuerdos son la única
propiedad realmente privada que tenemos. Me niego a creer que los has guardado
en el trastero. Que me perdone la academia de la lengua, pero creo mi propia
gramática. “Nosotros no olvidamos”
Yo recuerdo, tú recuerdas, nosotros recordamos.
¿Ves? Este verbo sí que lo domino.
Recordar nunca se olvida.
1 comentario:
Joder, brutal.
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