viernes, 5 de julio de 2013

Formas irregulares de olvidar

Conjugar verbos se me ha dado bien desde siempre. ¿Sabéis ese niño repelente que aprovechaba cualquier oportunidad para recitar de carrerilla la tabla de multiplicar del cinco? Ese era yo, pero lo que recitaba era el pretérito perfecto simple de andar. Así que, por favor, que alguien me explique porque cada vez me cuesta más conjugar el presente del verbo olvidar.

“Yo olvido”. Dos palabras que se me atragantan. El miedo a que decirlas en voz alta las convierta en realidad me supera. Me niego a la posibilidad de poder extraviar cualquiera de mis experiencias. Necesito mi equipaje al completo para este viaje. Aunque ni siquiera sepa para qué me van a servir algunas cosas. El mero riesgo de dejar atrás cualquiera de mis recuerdos me paraliza, provoca que una garganta que expulsa miles de palabras peligrosas cada día le impida el paso a dos aparentemente inofensivas. Si hay algo más demoledor que el presente, eso es hablar en primera persona.

“Tú olvidas”. Estas dos  ni siquiera se esfuerzan en intentar escalar mi garganta. Saben que aceptar aunque fuera por un solo segundo la idea de que me has desterrado al lado oscuro de tu memoria me heriría de muerte. 

Y, de repente, todas las demás personas me dan igual. Me da igual él, me dais igual vosotros, me dan igual ellos. Sólo puedo pensar en la primera persona del plural. Nuestros recuerdos son la única propiedad realmente privada que tenemos. Me niego a creer que los has guardado en el trastero. Que me perdone la academia de la lengua, pero creo mi propia gramática. “Nosotros no olvidamos”

Yo recuerdo, tú recuerdas, nosotros recordamos. ¿Ves? Este verbo sí que lo domino.

Recordar nunca se olvida.