Pese a que su trabajo no se limitaba únicamente a un campo
artístico, todas sus obras tenían algo en común. Una característica que
acabaría convirtiéndose en su firma. Nunca las acababa. Siempre las dejaba
inconclusas.
Sorprendió con su debut, un boceto de un cuadro al óleo. Sus
fotografías desenfocadas a medio revelar lo lanzaron a la fama. Y para cuando
expuso un bloque de granito en el que se podía apreciar que había empezado a
esculpir una silueta femenina, ya tenía a todos los críticos de arte a sus pies.
Porque si algo les gusta a los críticos es no entender nada.
No tardó mucho en marcarse un nuevo reto: dejar inconclusa
una novela. Sería fácil. Sólo tenía que crear una historia con comienzo y nudo
en su cabeza y olvidarse del desenlace.
Pero una vez se puso delante de la página en blanco, se dio
cuenta de que no sería tan fácil. No podía parar de escribir. Se enamoró de sus
personajes. Quería acompañarlos hasta el final. Y lo hizo. Publicó una novela
completa. Decepcionó a sus fans y a los críticos, pero por fin disfrutó de su
trabajo.
Y mientras que sus anteriores obras fueron retiradas de los
museos con el tiempo, cada vez más gente leía su libro. Pasaron los años, pero
siempre había alguien leyendo aquel libro y dándole vida en su cabeza. Sus palabras nunca murieron.
La primera obra que terminó fue la única que nunca tuvo fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario