lunes, 6 de diciembre de 2010

Patio de butacas

El acomodador le dedica una rápida mirada a la entrada, como si ese pequeño trozo de papel no tuviera ninguna importancia, y me guía hasta mi butaca. Todos los demás asientos están vacíos, debo de ser el primero en llegar. Me ha tocado un buen sitio, es cómodo y está centrado, ofreciéndome una vista inmejorable.

Repentinamente, las luces se apagan.

Se levanta el telón y tú apareces en el centro del escenario. Empieza el espectáculo. Recitas las líneas de un guión que conoces a la perfección. No es tu primera representación. Sabes cómo mantener mi mirada constantamente sobre ti, hacer que esté pendiente de todos tus movimientos. Necesitas saber que eres el centro de mi atención. Necesitas ser la estrella.

Entonces, entiendo por qué el resto de las butacas están vacías. No he sido el primero en llegar, he sido el último. Los anteriores visitantes del teatro no habían podido aguantarlo. La impotencia provocada por la sensación de verse reducidos a meros espectadores les resultó insoportable. Y lo comprendo perfectamente. Quiero levantarme y subir al escenario. Quiero formar parte de la función contigo. Pero eso no iba incluido en el precio de la entrada.

Aunque, a diferencia de mis antecesores, yo me conformo. Al fin y al cabo, actuar nunca se me ha dado bien. Soy totalmente consciente de mi papel. Seré tu espectador eternamente. Me acomodo en la butaca y disfruto del espectáculo.