El verano pasado Edward viajó a una de esas famosas islas exóticas de nombre impronunciable (al menos a la primera). Nadó con delfines en playas de agua cristalina. Buceó entre hermosos arrecifes de coral. Exploró selvas inhóspitas asombrándose ante la visión de animales únicos en el mundo. Galopó a camello por hermosas dunas. Pasó inolvidables noches de pasión con hermosas jóvenes autóctonas.
Fueron las mejores vacaciones de su vida.
Y las más baratas.
Sólo tuvo que cerrar los ojos e imaginárselas.
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