A priori, parece una pregunta asequible. La típica pregunta
de ascensor que se baja en el primero. Los cimientos sobre los que construir una
conversación intrascendente. El saludo de los médicos. Sí, definitivamente parece fácil. Parece una
pregunta que realizamos impulsados por esa falta de respeto llamada cortesía y
que, por tanto, no merece una respuesta muy elaborada. Pero tiene de inofensiva
lo mismo que un brindis en una reunión de alcohólicos anónimos. Yo nunca sé por
dónde empezar a buscarme.
Conozco el caso de un hombre que quería conocer la respuesta
a todas las preguntas. Esta no iba a ser menos. Decidió encontrarse a sí mismo.
Lo que lo diferenciaba de un idiota que acaba de leer un libro de autoayuda es
que él decidió hacerlo con todas las consecuencias.
No hubo ninguno de sus rincones que se librara de ser
inspeccionado. Visitó todos sus sitios favoritos para intentar coincidir
consigo mismo. Llegó incluso a mirar en el lugar donde se encuentran todos los
objetos perdidos: donde había mirado la primera vez. Pero al final llevaba
tanto tiempo buscando que ya no le importaba cómo se encontraba. Lo peor de
buscarse a uno mismo es que, tarde o temprano, te acabas perdiendo.
Su detallado plan tenía un fallo. Cuando buscas algo tú
solo, corres el riesgo de no encontrar a nadie. Es hora de tirar la toalla,
porque alguien está deseando recogerla.
Búscate en los demás. Puede que no sepas cómo te encuentras,
pero de algo puedes estar seguro, nunca lo harás solo. Nunca lo harás sin la
ayuda de otra persona. Así que estamos completamente equivocados. La pregunta
que más nos debería importar es otra.
¿Cómo la encuentro?
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