viernes, 12 de abril de 2013

Ojos que no ven

Dicen que el amor te ciega, pero a él le arrancó los ojos.

En cuanto ella entró en su campo de visión, todo lo demás se hizo invisible. Reto a cualquier oculista a demostrar que aquello no fue amor a primera vista.

Ante semejante visión, él no tuvo más remedio que hacer lo que hacemos todos los hombres cuando nos enamoramos: Ignorar mal. Mirarla para otro lado. Dar más uso que nunca al rabillo del ojo. Menos mal que las mujeres sí saben ignorar, si no las relaciones sentimentales no existirían.

Afortunadamente, varias noches después hicieron contacto visual. Varias veces.

Siguieron viéndose los días siguientes. Cada vez mirándose más a los ojos. Pasaron los meses y empezaron a hacer más cosas juntos. Todas las cosas juntos. Habría que estar ciego para no ver que tenían una vida perfecta.

En su aniversario, él le regaló unas gafas para que tuvieran la misma visión del mundo. Ella sonrió y no preguntó por el ticket, pero nunca se las ponía. Prefería las lentillas.

Pasaron los meses y dejaron de hacer cosas juntos. Ninguna cosa juntos. Habría que estar ciego…

Sucedió lo inevitable. Un día él se quitó la venda. Comprendió que se había vuelto invisible para ella. No le sorprendió no verla al volver a casa. Se había ido en busca de mejores vistas.

Ya no estaba ciego, pero lo veía todo negro. Le costó mucho tiempo volver a abrir los ojos sin miedo.

Pero lo hizo.

Y vio todo lo que se había estado perdiendo.

No hay comentarios: