Warren Ross era un personaje de ficción.
No se le ocurría otra explicación lógica.
Y os podéis imaginar lo ilógica que sería la situación para
que aquella fuera la única explicación lógica.
Había despertado hace unas horas en una cama que no conocía,
pero que era sin ninguna duda la suya, en un piso en el que nunca había estado,
pero donde todo indicaba que vivía. No había ni un solo marco a la vista en el
que no apareciera visitando sus lugares preferidos donde nunca había estado con
conocidos que no reconocía. Sin duda, había tenido una vida memorable. Si no
fuera porque no se acordaba de nada.
Para él todo había empezado esa mañana al abrir los ojos. No
recordaba haber vivido nada hasta ese momento. No recordaba haber existido
siquiera. Pero todo hacía sospechar que tenía una existencia bastante definida
y que se iría descubriendo a lo largo del relato. Cada vez lo tenía más claro.
Era un personaje de ficción y aquel era el inicio de su historia, su primer capítulo.
Alguien lo había creado con un propósito concreto, diseñando hasta el último
detalle de su vida y de lo que estaba por venir. No tenía ninguna otra razón de
ser más que protagonizar una serie de eventos con inicio, nudo y desenlace.
Durante ellos, su pasado, su personalidad y sus circunstancias quedarían muchas
claras.
¿Qué aventuras le esperaban? ¿Qué otros personajes tomarían
parte en ellas? ¿Qué destino le tendría reservado su misterioso creador?
La verdad es que resultaba tremendamente emocionante. Tenía
muchas experiencias por delante. Y no iban a ser nada aburridas. Seguro. A
nadie le interesan las cosas aburridas. Si estaba en lo cierto, no podía hacer
más que sentirse el personaje de ficción más afortunado de la historia. Aquello
era solo el comienzo, tenía toda una vida por delante.
Y La Muerte estaba a punto de tocar el timbre de su
apartamento.
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