viernes, 16 de octubre de 2009

Lluvia de ideas

No miramos al cielo todo lo que deberíamos. Es un hecho constatado. Estamos tan ocupados viviendo nuestras vidas a ras del suelo que alzar un poco la vista sería una completa pérdida de tiempo. Una pérdida de tiempo muy incómoda. No todo el mundo podría sobrevivir a la visión de la vasta inmensidad celeste sin hacerse preguntas. Y las preguntas no están muy bien vistas hoy en día.

Así que no debería sorprender al lector que nadie prestara demasiada atención a la gigantesca nube que se estaba formando sobre la ciudad. Una verdadera pena, porque pedía atención a gritos. No era una nube normal y corriente de las que se ven todos los días (en el caso de que alguien tuviera el valor de alzar la cabeza habitualmente). Más bien parecía el esquema mental que un desequilibrado tendría de la palabra "nube". La imagen no sugería que tuviera agua en su interior. Si la tenía, no estaba en buen estado, desde luego.

Un día llovió. Aunque no en el sentido estricto del término. Las gotas caían de una en una, separadas por largos espacios de tiempo y siempre culminando su caída sobre la cabeza de algún descuidado viandante. Poco a poco, la nube fue menguando y desapareció.

Durante las semanas siguientes, comenzaron a pasarles cosas extrañas a los receptores de las gotas. Un oficinista cincuentón sentía la necesidad vital de crear un acelerador de partículas, veía los planos en su mente a todas horas. Un niño de diez años no podía parar de pensar en escribir un ensayo sobre la literatura alejandrina mientras se comía los mocos. Una aburrida ama de casa se dio cuenta pintándose las uñas de lo gratificante que sería pintar al óleo los jardines del palacio de Versalles.

Pero con el tiempo lograron sepultar estos pensamientos con otros más vulgares y simples, enviándolos al más absoluto olvido. Se convencieron de que serían una completa pérdida de tiempo. Les llevó mucho tiempo conseguirlo, pero el ser humano puede ser estúpidamente insistente si se lo propone.

Fue una verdadera pena que aquella lluvia de ideas sólo sirviera para ratificar la sequía que habíamos vivido hasta entonces.

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