lunes, 20 de abril de 2009

El paciente de la habitación número trece

Todo el mundo en el manicomio conocía la historia del paciente de la habitación número trece. Nadie la comentaba en voz alta por los pasillos. Nadie se refería a ella durante las evaluaciones psicólogicas de los internos. Nadie se la explicó a sus familiares cuando les informaron del ingreso. Pero todos la conocían.

El paciente de la habitación número trece era uno de los artistas más famosos del mundo. El escritor más leído de los últimos años. Sus relatos recibían las mejores críticas, tenían las mejores ventas y desprendían originalidad.

Pero, tras la publicación de su último libro, todo cambió.

Pasaba largas horas encerrado en su estudio. Gastaba decenas de lápices. Y el único resultado que obtenía eran hojas garabateadas que arrugaba y lanzaba a la papelera. Los meses fueron pasando. Su editorial empezó a presionarle, exigiéndole nuevo material y amenazándole con el despido. Como única respuesta, recibieron folios repletos de frases inconexas y palabras sin sentido. Él ya no salía de su escritorio. Sus criados empezaron a preocuparse y decidieron echar la puerta abajo. Lo encontraron tumbado sobre toneladas de bolas de papel, moviendo los labios sin emitir sonido como si hubiera olvidado cómo hablar.

Todo el mundo en el manicomio sabía que el paciente de la habitación número trece no había perdido la cordura. Lo que realmente había perdido era la inspiración.

1 comentario:

Alba Steiner dijo...

La inspiración, qué invento. A veces viene, a veces se va y a veces nos la inventamos. Es la excusa perfecta del artista.